lunes, 8 de julio de 2013

Cotidiano 6 de julio. Ella él

Del gran Quino

Él, que se acuesta con ella, él, que para atraerla fue poniendo de manifiesto tan diversos rasgos de carácter, su desilusión, entre otros, su manera de manejar a lo que Dios quiera, entre otros, su capacidad de contar verdades como si fueran embustes, entre otros. Él, que cuenta en su haber los cien metros planos, el gusto por las medias caras, el paralelo y risible descuido por los zapatos, el aprecio por autores de los que llaman menores, el tiro con rifle, la manía de no botar las camisas viejas, el tabaco inglés, la confesión de que cualquier pendejada lo conmueve, la constancia —llámenla si quieren testarudez— irracional, la teoría de que hablar con las mujeres es perder el tiempo, de que mejor las manos, que además siempre deben estar doblando tapas de frasco, monedas, quebrando astillas, aplastando nueces, para hacerle sentir a ella una cierta impresión de inminente peligro tenaza.
Ella, que tan repetidamente ha puesto de manifiesto su miedo por las ratas, cierto sueño infantil de desamparo, su aversión hacia las señoras gordas, el gusto de que le hagan cosquillas en el tercer espacio intercostal derecho, su indiferencia por la metafísica, su interés por la hiperconductividad metálica, su compulsión de romper jarrones, su amor por los cuartos encerrados y sin muebles, su aversión por las jaulas con pajaritos, su convicción de que los caracoles arrastran el invisible carro del olvido, su risa por las señoritas que se tiñen, su propensión a crear lenguajes cuyas palabras son ciertos guiños, ciertas formas de relamerse los labios.
Él, ese carajo a quien inventé, atribuyéndole las cualidades, todas, que creí podrían atraerla, y que en efecto la atrajeron y que en el fondo no tienen nada que ver conmigo, que soy otra cosa, que como ustedes sabrán, soy enteramente otra cosa.
Ella, que tantos antedichos rasgos inventó para atraer, no a mí, sino al monigote falso que yo había creado, no a mí, sino a ese ser increíble que todas las noches posee y que tiene tan poca existencia como el que ella ha creado.
Ella él quién pudiera reventarles los ojos, decirles a él, cabrón, a ella, puta, levantarles la tapa de los sesos, quién entonces, yo y tú mirándonos con horror y asco desde nuestra repentina verdad, nuestra extrañeza.

Luis Brito García