miércoles, 26 de junio de 2013

Cotidiano del 13 de junio: escalofriante

Maribel García Morales
 
La mujer de hiel
La mujer lo besó cuando él le pidió que lo besara, se hincó ante su miembro, lamió, abrió sus piernas y sincronizó sus muslos con el ritmo de las embestidas del acezante; se volteó antes de que se lo pidiera, gimió, fingió la alucinación de un orgasmo, y volvió a besarlo hasta que quedó satisfecho.
 
Antes del amanecer él la requirió otra vez, y ella lo atendió con el cuerpo dispuesto como antes. Era su querida desde hacía algo más de una década: lo había visto crecer socialmente, casarse con otra, había compartido la ilusión de su primer hijo mientras que ella secaba su entraña para no preocuparlo, lo había consolado cuando su divorcio (la esposa se fue con otro) y había escuchado con atención sus gastadas promesas de una pronta unión, no una boda, desde luego, pero sí el reconocimiento público de lo suyo. Lo descubrió —ya consolado— refundido en otras pieles, feliz, olvidado de sus promesas... hasta que en su vientre algo reventó, ácido, transmutando su amor en odio, un odio filudo y poderoso.
 
Esperó a que despertara, a que uniera en su cabeza los hilos del día que comenzaba, y sus manos acariciantes se deslizaron en torno al cuello del hombre y apretaron con fuerza hasta ahogarlo, hasta que en su azorado rostro la vida se apagó, olvidada, como esa última noche juntos.
 
Y los bellos ojos de la mujer no intentaron, siquiera, la sombra mentida de una lágrima.
Maribel García Morales

Cotidiano 25 junio. Cortázar


Cortísimo metraje
Automovilista en vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se aburre lejos de la ciudad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del auto stop, tímidamente pregunta si dirección de Beaune o Tournus. En la carretera unas palabras, hermoso perfil moreno que pocas veces pleno rostro, lacónicamente a las preguntas del que ahora, mirando los muslos desnudos contra el asiento rojo. Al término de un viraje el auto sale de la carretera y se pierde en lo más espeso. De reojo sintiendo cómo cruza las manos sobre la minifalda mientras el terror poco a poco. Bajo los árboles una profunda gruta vegetal donde se podrá, salta del auto, la otra portezuela y brutalmente por los hombros. La muchacha lo mira como si no, se deja bajar del auto sabiendo que en la soledad del bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla entre los árboles, pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de paso roba el auto que abandonará algunos kilómetros más lejos sin dejar la menor impresión digital porque en este oficio no hay que descuidarse.

Julio Cortázar

jueves, 20 de junio de 2013

Hay gente que es ciega, y no lo sabe



Y hay otra gente que cree que está muerta.

A veces nuestro organismo nos ataca hasta la muerte, y en ocasiones nuestra mano es un extraño que hace cosas inverosímiles.

Hay personas que huelen colores; y las hay que ven la música.

¿Enfermos?

Hay personas que ven Daimones, y no están locos.

Sólo son distintos.

Eso es todo.

En este enlace, puede ver algo más de información:


Enfermedades raras

¿Y usted? ¿Qué tiene?

domingo, 9 de junio de 2013

Laurie (in case your dreams fail to find the words)

World without end


For my good friend, son, father and brother, like me.

Oh, and the lyrics...

I remember where i came from
There were burning buildings and a fiery red sea
I remember all my lovers
I remember how they held me
World without end remember me.


East. the edge of the world.
West. those who came before me.


When my father died we put him in the ground
When my father died it was like a whole library
Had burned down.

World without end remember me. 


In case you didn´t have enough try any of her songs from the album "Bright Red".


"Is time long or is it wide?"

Beautiful.



jueves, 6 de junio de 2013

Cotidiano del 6 de junio

Diálogo sobre un diálogo

A. –Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo.
Z (burlón). –Pero sospecho que al final no se resolvieron.
A (ya en plena mística). –Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos
.
Jorge Luis Borges
Aportado por Claudio Massonnat

sábado, 1 de junio de 2013

The Sandman


  • "So what I want to know is, when I'm asleep, do I really remember how to fly? And forget how when I wake up? Or am I just dreaming I can fly?"
  • "When you dream, sometimes you remember. When you wake, you always forget."
  • "But that's not fair!"
  • "No."

—Tengo una duda: cuando duermo, ¿acaso recuerdo cómo volar y lo olvido cuando me despierto? ¿O es que tan solo sueño que sé volar?
—Cuando duermes, a veces lo recuerdas. Cuando despiertas, siempre lo olvidas.
—¡Pero eso no es justo!
—Pues no.
Chloe and Dream. "The Sandman"



And a second dialogue from the same book, "brief lives".

—¿Hay alguna palabra para ese momento en el que te percatas de que, de hecho, ya no te acuerdas de lo que sentías al hacerle el amor a alguien que antaño te gustaba de veras?
—No la hay.
—Vaya, supuse que sí.
—No. No la hay.
traducción de Sergio Núñez Cabrera
 

Best of all, get the book. And love it.
 
 


La mirada del fotógrafo


El fotógrafo maneja una máquina de gran precisión.

Su cerebro.

Usted puede pasar de largo por escenas de una belleza arrebatadora; incluso en su fealdad, en su mediocridad.

Pero el fotógrafo detiene el tiempo, congela el aliento de la luz.


Y nos ofrece el milagro del instante.

Manolo Laguillo es uno de los mejores fotógrafos españoles.

Por imágenes como éstas:

 
 





Manolo Laguillo expone a partir del 20 de junio en la galeria "Casa sin Fin" de Madrid dentro del ciclo de PhotoEspaña 2013.

 

A Jigsaw


Un piano diminuto, una mujer tocando un chelo y una letra soberbia.



Y ahora, otra maravillosa canción. Unos pies que parecen ingrávidos como hojas en el otoño.

Cotidianeidades 2013


 
 El gran Claudio Massonnat nos regala perlas de sabiduría, que queremos compartir.

Son sus "Cotidianos"

Les proponemos solazarse con éstos de 2013.

Que los disfruten.

Una advertencia previa, no es recomendable leer más de uno diario, por riesgo de indigestión, son como los libros esos de "un cuento para cada día".

Sería como ir al museo del Louvre y querer ver todos los cuadros... con uno ya tienes de sobra.
 
4 de enero de 2013

Te adoro porque me volviste puta.
Dicho de otro modo, no le faltaba razón. Florentino Ariza la había despojado de la virginidad de un matrimonio convencional, que era más perniciosa que la virginidad congénita y la abstinencia de la viudez. Le había enseñado que nada de lo que se haga en la cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor. Y algo que había de ser desde entonces la razón de su vida: la convenció de que uno viene al mundo con sus polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena, voluntaria o forzosa, se pierden para siempre. El mérito de ella fue tomarlo al pie de la letra."

Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera

 

 

23 de enero de 2013

Siempre. Ésa es una palabra horrible. Me hace estremecer cuando la oigo. A las mujeres les encanta utilizarla. Estropean todos los romances tratando de hacer que duren para siempre. Es una palabra sin sentido, también. La única diferencia entre un capricho y una pasión para toda la vida, es que que el capricho dura un poco más.

Oscar Wilde

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28 de enero de 2013

Proyectos de futuro

Esta tarde soy rico porque tengo
todo un cielo de plata para mí,
soy el dueño también de esta emoción
que es nostalgia a la vez de los días pasados
y una dulce alegría por haberlos vivido.
Cuanto ya me dejó me pertenece
transformado en tristeza, y lo que al fin intuyo
que no habré de alcanzar se ha convertido
en un grato caudal de conformismo.
Mi patrimonio aumenta a cada instante
con lo que voy perdiendo, porque el que vive pierde,
y perder significa haber tenido.
Ya no tengo ambiciones, pero tengo
un proyecto ambicioso como nunca lo tuve:
aprender a vivir sin ambición,
en paz al fin conmigo y con el mundo.

Vicente Gallegos

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30 de enero de 2013

Salí con una chica que no lee. Encontrala en medio de la mugre de un bar del bajo. Encontrala en medio del humo, de la transpiración de los borrachos y de las luces psicodélicas de un boliche de lujo. Donde sea que la encontrés,  descubrila sonriendo y asegurate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Encandilala hablándole de trivialidades; usá las típicas frases de conquista y reíte por dentro. Sacala a la calle cuando los bares y los boliches ya hayan cerrado; ignorá la fatiga que sentís. Besala bajo la lluvia y dejá que la luz tenue de un farol de la calle los ilumine, así como viste que pasa en las películas. Hacele un comentario sobre el poco significado que tiene todo eso. Llevátela a tu departamento y despachala luego de hacerle el amor. Curtítela.

Dejá que la especie de contrato que sin darte cuenta creaste con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubrí intereses y gustos comunes como las pastas o la música pop, y construí un muro impenetrable alrededor de todo eso. Hacé del espacio común un bastión sagrado y regresá a él cada vez que el aire se vuelva pesado o las veladas se estiren demasiado. Hablale de cosas sin importancia y pensá poco. Dejá que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponele que se mude a vivir con vos y dejala que decore la casa. Peleate con ella por cosas insignificantes como que la cortina de la ducha tiene que estar siempre cerrada para que no se llene de moho. Dejá que pase un año sin que te des cuenta. Empezá a darte cuenta.

Llegá a la conclusión de que probablemente tendrían que casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invitala a cenar a un restaurante fashion en Puerto Madero y asegurate de que tenga una linda vista. Pedile al mozo que le traiga la copa de champán con el anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponele matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad que puedas juntar. No te preocupes si sentís que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho; y si no sentís nada, tampoco te preocupes. Si hay aplausos, dejá que terminen. Si llora, sonreí como si nunca hubieras estado tan feliz; y si no lo hace, igual sonreí.

Dejá que sigan pasando los años sin que te des cuenta. Armate una carrera en vez de conseguir un trabajo. Comprate una casa y tené dos lindos hijos. Tratá de criarlos bien. Equivocate a menudo. Caé en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufrí la típica crisis de los cincuenta. Envejecé. Sorprendete por tu falta de logros. En ocasiones sentite satisfecho, pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas que hagas, tené la sensación de que nunca vas volver, o de que el viento puede llevarte. Contraé una enfermedad terminal. Morite, pero solamente después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera sentido; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también va a morir arrepentida porque su capacidad de amar nunca generó nada.

Hacé todas estas cosas, mierda, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hacelo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hacelo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una necesidad alcanzable, en vez de algo maravilloso pero ajeno a vos. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espeso e inerte de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama demasiado. Un vocabulario, carajo, que hace de mi sofística vacía un truco berreta.

Hacelo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le enseñó que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya hecho sus valijas y pronunciado un adiós inseguro. Tiene claro que en su vida no voy a ser más que unos puntos suspensivos y no una etapa; y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
 

30 de enero de 2013


Parábola china.

Un anciano llamado Chunglang, que quiere decir «Maese La Roca», tenía una pequeña propiedad en la montaña. Sucedió cierto día que se le escapó uno de sus caballos y los vecinos se acercaron a manifestarle su condolencia.

Sin embargo el anciano replicó:

-¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!

Y hete aquí que varios días después el caballo regresó, y traía consigo toda una manada de caballos cimarrones. De nuevo se presentaron los vecinos y lo felicitaron por su buena suerte.

Pero el viejo de la montaña les dijo:

-¡Quién sabe si eso ha sido un suceso afortunado!

Como tenían tantos caballos, el hijo del anciano se aficionó a montarlos, pero un día se cayó y se rompió una pierna. Otra vez los vecinos fueron a darle el pésame, y nuevamente les replicó el viejo:

-¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!

Al año siguiente se presentaron en la montaña los comisionados de «los Varas Largas». Reclutaban jóvenes fuertes para mensajeros del emperador y para llevar su litera. Al hijo del anciano, que todavía estaba impedido de la pierna, no se lo llevaron.

Chunglang sonreía.

Hermann Hesse.


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3 de febrero de 2013

Salí con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Tendrá paciencia en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues ya se ha despedido de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ella ha aprendido a contar historias. Vos, con tu Joyce, con tu Nabokov, con tu Woolf; vos en una biblioteca, o parada en la estación del subte, tal vez sentada en la mesa de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Vos, la que me hizo la vida tan difícil. La lectora ha desenredado la madeja de su vida y la ha llenado de sentido. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Vos, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero yo soy débil y te voy a fallar porque vos soñaste, como corresponde, con alguien mejor que yo y no vas a aceptar la vida que te describí al inicio de este texto. No te vas a resignar a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser contada. Por eso, andate de acá, chica que lee; tomate el siguiente tren que te lleve al sur y llevate a tu Cortázar con vos. Te odio, de verdad te odio.

Charles Warnke
 

 

20 de febrero de 2013

Decime vos  

(Tango contemporáneo en prosa)

Decime vos cómo puede ser que me haya dejado.
No sé qué pasó, si hasta
ayer estaba todo bien.
No, no hablamos del tema, por eso te digo.
Si no había nada que hablar.

Estábamos bien.
¿Vos sabés cómo la trataba yo? No le hacía faltar nada.
Tenía la comida, la
ropa para empilcharse, lo que quería.
Yo le daba todo y eso que a mí no me sobra, eh.
Pero a ella nunca le hice
faltar nada, no señor.
Te digo que no, que nos llevábamos bárbaro. No nos peleábamos nunca.
Yo
no le pedía nada de nada.
Salvo la cena lista a las nueve de la noche, pero era lo menos que podía hacer ella, escuchame.
Lo mínimo: si hasta me daba la razón cuando yo llegaba reventado del laburo y la cena no estaba.
Dos gritos le pegaba y ya,
ella entendía que se había equivocado y salía
disparada a cocinar.
Que no, no me dio ninguna señal. Me hubiera dado cuenta. Fue así sin más:
hoy llegué y no estaba y me había dejado la nota esa.
No, no te quiero contar qué dice la nota. Para qué. No dice nada. Está loca.
Se volvió loca, eso pasa.
Pero oíme, viejo: nunca necesitó salir a laburar,
¿sabés la suerte que es eso?

Una vez me vino con que había conseguido un trabajo.
Le prohibí que lo agarrara, yo me estaba ocupando de ella, qué iba a ir a laburar.
Eso que insistió. Me dijo que ella quería, pero era mentira, hermano, era mentira.
Era porque le daba culpa no aportar plata a la casa.

Lo mismo con el estudio, quería estudiar de noche.
Te parece a vos… una
mujer, sola por la calle de noche.
Cualquier cosa le podía pasar. Decí que yo la cuidaba, si era por ella, hacía cualquiera.
Si le habré explicado cómo es la vida. Mirá vos cómo me lo viene a pagar.
Yo haciendo todo por ella y ella…
Pero te digo que no eran discusiones.
Ella me comentaba estas ideas y yo le
decía que no y listo.
Eso no es discutir.

Nada, la nota no dice nada, te digo. Son tres palabras nomás.
Tres palabras
sin importancia.
El sexo bien. No voy a hablar de eso con vos.
No corresponde, pero bien. Yo
mucho no la jodía con eso.
Viste que a la esposa hay que tratarla con respeto.
No es como la amante de
uno, a ésa sí, a ésa se le da para que tenga.
Encima se ve que hace como una semana que no lava la ropa y no me
plancha una camisa. Qué me voy a poner mañana, no sé.
Y dale con la nota.
¿Querés saber qué dice? “Me tenés harta”, eso dice.
Yo
no entiendo nada, ¿harta de qué?
Lo que te garanto es que esta conchuda en su perra vida va a volver a
conseguir otro que la banque como yo.
Yo no lo puedo creer. Te juro. Qué desagradecida.
No hay caso con las
minas, viejo. La que no es puta, está tocada.

Gabriela Cancellaro
 

 

22 de febrero de 2013


Serotonina, Oxitocina y el amor engañoso



Si esa noche, por lo que sea, tus niveles de testosterona se encuentran más elevados de lo normal, tu apetito sexual se verá incrementado. Seguro que tendrás más predisposición a encontrar alguna aventura amorosa. Pero si no tienes éxito, no te inquietes. La testosterona sube y baja rápidamente sin mayores repercusiones y, al día siguiente, todo empieza de cero otra vez.

 

En caso de que sí hayas tenido sexo satisfactorio con alguien, habrás notado el subidón de dopamina, la hormona del placer. Si realmente ha sido bueno te habrá gustado tanto que querrás repetirlo a casi toda costa. ¡Pero que la dopamina no te engañe! En el fondo, a ella le da igual si vuelves con la misma pareja o no; incluso te permite sentirte enamorada/o de dos personas a la vez. De acuerdo, de acuerdo… si ha estado tan bien, quizás hayan bajado un poco los niveles de serotonina, experimentarás un estado de desorientación y pensarás que esa persona es especial, tiene algo. Empezarás a enamorarte.

 

Quizás tras varios picos de dopamina notes cierta sensación de adicción. Puedes relajarte y disfrutarlo con tranquilidad: en este estadio la testosterona y la dopamina no forman parte relevante de la historia. Desdecirse no sería traumático todavía. Lo serio de verdad llega cuando la oxitocina aparece en escena. Tu cerebro la segrega a grandes cantidades en cada orgasmo, y es la responsable del sentimiento de apego, de unirte definitivamente a tu nueva pareja. Si hubiera una hormona del amor, esta sería la oxitocina. Cuando están juntos, la oxitocina les reduce el estrés y el miedo, mientras les aumenta la confianza, la generosidad, la sensación de bienestar en cada abrazo. Es la esencia química del afecto. Y lo más importante: hace que te sientas feliz cuando observas a tu pareja feliz. Su satisfacción pasa a ser más importante que la tuya propia. Ahora sí que puedes decir honestamente “te quiero”, en lugar del “te deseo” propio de la etapa dominada por la dopamina.

 

De todas formas no te confíes. Asegúrate de mantener los niveles de oxitocina altos a base de orgasmos, para evitar que vayan decreciendo hasta perder el apego. Si esto les ocurriera a los dos a la vez, tampoco sería tan grave. La tristeza de la separación daría paso rápidamente a una sensación de alivio. Lo peligroso, desdichado, insano, funesto, devastador sucede cuando, por cualquier motivo, la relación se rompe mientras los niveles de oxitocina están al máximo. Entonces la química cerebral se vuelve loca. La serotonina baja por los suelos: te deprimes, te desesperas, pierdes la cordura, dudas constantemente de qué es correcto y qué incorrecto, y aparece la ansiedad, la obsesión.

 

Te separas y de repente tus neuronas encargadas del placer ya no segregan nada de dopamina. Notas un síndrome de abstinencia brutal. Tu cerebro pide a gritos sinápticos volver a ver a tu amor. No deberías hacerlo; sería un suicidio, hormonalmente hablando. Recaerás como el alcohólico que en el momento de más debilidad piensa “será sólo una copa”. Dale tiempo a tu química cerebral para que restablezca sus niveles normales. Además, allí ya no hay amor verdadero. Bueno, quizás sí lo hay, pero queda ofuscado por el deseo egoísta de sentirte mejor, de aliviar tu propio sufrimiento. En esos momentos no estás pensando en qué es lo mejor para él o ella.

 

“Quiero continuar siento tu amiga/o” puede decir el que haya salido más o menos ileso de la desdichada ruptura. Científicamente, esto es absurdo. Es como si pretendieras curar al alcohólico diciéndole: “Debes dejar de beber. Pero puedes continuar yendo a los mismos bares, no hace falta que tires las botellas de tu casa, y dale un inocente beso al vino cada cierto tiempo”. Los neurocientíficos expertos en adicciones saben que eso no lleva a ningún sitio. Si les hiciéramos caso, la terapia del desamor incluiría borrar teléfonos, mails, y tirar fotos a la basura, por muy doloroso que sea.

 

Según la neurociencia, esto es lo que le ocurre a un cerebro enamorado. Nunca lo aceptaríamos como justificación de nuestra situación individual, porque hay demasiadas excepciones y casos particulares que se escapan a la lógica química. Pero de todas formas nos lo creemos. Nos gusta que la ciencia nos dé su versión acerca de lo que nos pasa.

Pere Estupinya

 


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9 de marzo de 2013


Las últimas miradas.


El hombre mira a su alrededor. Entra en el baño. Se lava las manos. El jabón huele a violetas. Cuando ajusta la canilla, el agua sigue goteando. Se seca. Coloca la toalla en el lado izquierdo del toallero: el derecho es el de su mujer. Cierra la puerta del baño para no oír el goteo. Otra vez en el dormitorio. Se pone una camisa limpia: es de puño francés. Hay que buscar los gemelos. La pared está empapelada con dibujos de pastorcitas y pastorcitos. Algunas parejas desaparecen debajo de un cuadro que reproduce Los amantes de Picasso, pero más allá, donde el marco de la puerta corta un costado del papel, muchos pastorcitos se quedan solos, sin sus compañeras. Pasa al estudio. Se detiene ante el escritorio. Cada uno de los cajones de ese mueble grande como un edificio es una casa donde viven cosas. En una de esas cajas las cuchillas de la tijera deben de seguir odiándoles como siempre. Con la mano acaricia el lomo de sus libros. Un escarabajo que cayó de espaldas sobre el estante agita desesperadamente sus patitas. Lo endereza con un lápiz. Son las cuatro del la tarde. Pasa al vestíbulo. Las cortinas son rojas. En la parte donde les da el Sol, el rojo se suaviza en un rosado. Ya a punto de llegar a la puerta de salida se da vuelta. Mira a dos sillas enfrentadas que parecen estar discutiendo ¡todavía! Sale. Baja las escaleras. Cuenta quince escalones. ¿No eran catorce? Casi se vuelve para contarlos de nuevo pero ya no tiene importancia. Nada tiene importancia. Se cruza a la acera de enfrente y antes de dirigirse hacia la comisaría mira la ventana de su propio dormitorio. Allí dentro ha dejado a su mujer con un puñal clavado en el corazón.

Enrique Anderson Imbert.


 


 

16 de marzo de 2013

La tristeza.


El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del comedor.

Rosario Barros.

 

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24 de marzo 2013

 

" Ligeros libertinajes sabáticos "

El señor Robertson sufría enormemente porque su esposa era lesbiana y amaba a la señora Smith. La señora Smith también sufría porque se sentía culpable.
Al señor Robertson lo único que le gustaba realmente era exhibir su miembro y jugar con él al billar.
Nadie se asombraba al contemplar el desmesurado miembro del señor Robertson. La única persona que parecía preocupada al ver la polla desnuda del señor Robertson era el señor Adams. El señor Adams se acercaba al señor Robertson, se sacaba su propio miembro de los pantalones, lo comparaba con el del señor Robertson y se echaba a llorar desconsoladamente.
La señora Adams nunca estaba allí para calmarlo.Todo el mundo sabía donde estaba la señora Adams.
Cuando decidían ir en su busca, daban unas cuantas vueltas infructuosas por la casa. El señor Adams lloraba cada vez más fuerte.
Todos sabían que sólo la señora Adams podía consolarlo.
Cuando hallaban a la señora Adams en el jardín, la viuda Peterson descubría que había perdido a su canario.
Todos miraban hacia el escote de la viuda Peterson.
El espacio que separaba los dos senos prominentes de la viuda Peterson ostentaba un doloroso vacío.
Entonces todos los invitados oían un trino procedente del interior de la señora Adams y diez pares de ojos clavaban sus miradas en la señora Adams.
La señora Adams se sacaba un canario del interior de su vulva, lo entregaba a su propietaria y corría arrepentida a consolar al señor Adams. El señor Adams aceptaba sus mimos. El señor Adams olvidaba la polla del señor Robertson.
El señor Robertson olvidaba el tamaño de la suya, corría un tupido velo sobre la homosexualidad de su esposa, la abrazaba ardientemente y se despedía del resto de los invitados y del señor y la señora Johnson.
Todos empezaban a olvidarlo absolutamente todo, y el señor y la señora Johnson recibían orgullosos los agradecidos comentarios de sus invitados acerca de lo deliciosa que había sido la fiesta.

Mercedes Abad

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29 de marzo 2013

 

El coño de las momias

Forrest Madison, el célebre egiptólogo, me cuenta sus idilios con Nefertiti, mientras le pongo la camisa de fuerza. Llevo muchos años trabajando de enfermero en este manicomio, repartiendo hostias a esos locos furiosos que se me quieren subir a las barbas, o dándoles palmaditas de ánimo a esos otros locos dóciles que me creen una especie de dios, pero nunca me había topado con un caso de tan disparatada locura.
Forrest Madison, el célebre egiptólogo, se ha tragado toda la arena de los desiertos de Egipto; semejante empacho ha debido, sin duda, obturarle el raciocinio. Forrest Madison se cubre la cabeza con un sombrero salacot, y viste con chaqueta de lino y pantalón caqui, como un egiptólogo de tebeo. Jura y perjura haber mantenido relaciones carnales con la momia de Nefertiti (o Nefertari, no estoy muy versado en dinastías egipcias), a la que descubrió en una especie de mausoleo o mastaba, próximo a la presa de Asuán. La momia de Nefertiti (recojo por escrito las confidencias de Forrest Madison) se hallaba en buen estado de conservación, bien abrigada de vendas y bálsamos, con las manos entrelazadas a la altura del pecho y las piernas juntitas. La momia de Nefertari, cuya belleza triunfaba sobre la erosión de los siglos y el acarreo de arenas, reposaba en un sarcófago antropomorfo con incrustaciones de lapislázuli e inscripciones jeroglíficas que detallaban su ascendencia. La momia de Nefertiti, una vez apartadas las vendas y espolvoreada de DDT (en las tumbas egipcias hay polillas y piojos y cucarachas), se mostró bellísima y con un cutis que para sí quisieran muchas quinceañeras. Increíblemente, tenía todas las vísceras intactas (también el hígado, que se corrompe con facilidad, y el intestino grueso), en contra de lo que ocurre con el común de las momias. Forrest Madison sostiene que este sistema de embalsamamiento, desconocido hasta entonces para los egiptólogos, pudo ser introducido por inteligencias cósmicas, bien mediante magisterio físico, bien mediante instrucciones emitidas desde otra galaxia. Este sistema de momificación, aparte de otras ventajas sobre el tradicional, mantiene la secreción de las glándulas salivales y preserva la humedad de los labios, tanto los de la boca como los del coño. El coño de Nefertari tenía unas excoriaciones típicas de la mujer violada después de muerta (los sacerdotes egipcios, que hacían promesa de celibato, llegaron a desarrollar una curiosa fijación necrófila).
Forrest Madison, que, aunque no había hecho promesa de celibato, llevaba varios meses sin jalarse un rosco, aprovechaba esas horas de cansancio irremisible que preceden al amanecer, cuando sus ayudantes caían derrengados, para fornicar con la momia de Nefertiti. El coño de la momia, me cuenta Forrest Madison, era crujiente como un hojaldre, y había que penetrarlo con delicadeza, para que no se desmoronase. Pese a que los primeros coitos resultaron un tanto abruptos (las paredes de la vagina raspaban como un estropajo), Forrest Madison fue perfeccionando su técnica, hasta obtener unos rendimientos aceptables.
El coño de la momia, convenientemente lubricado de aceite o esperma, parecía esponjarse y abrir sus compuertas. Forrest Madison, el célebre egiptólogo, se tendía sobre la momia, o se hacía un huequecito dentro del sarcófago, aquel tálamo mortuorio, y se beneficiaba a la difunta Nefertari a pesar de los milenios que los separaban (la momia no jadeaba, por supuesto, pero sustituía los jadeos por crujiditos), como quien se come un solomillo de mamut congelado. El coño de la momia, por cierto, estaba circunciso (quizá los sacerdotes le hubiesen extirpado el clíroris porque así lo ordenase el ritual), de modo que Nefertiti no creo que disfrutase mucho, suponiendo que el placer trascienda las barreras temporales.
Forrest Madison, el célebre egiptólogo, me cuenta esta historia inverosímil con una seriedad llena de pausas y carraspeos. No sé si pegarle un par de hostias, aprovechando que nadie me ve.

Juan Manuel de Prada

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18 de abril 2013

Estás viendo al mundo pasar
ahí sentado
en tu superpullman de ansiedad
butaca reclinable
con apoyabrazos
fila 4 asiento 18
pasillo

Estás apagado,
sos un fernet
con coca light,
no te levantan el ánimo
ni con dos poleas,
la marea de tu cuarto
te está ahogando.

Vas y venís,
fade in-fade out,
parado al costado de la ruta
con las balizas puestas
haciendo dedo
para que alguien
te suba
y te lleve
a la estación de servicio
más cercana
a cargar nafta
y optimismo

Sos más inestable
que el Windows,
siempre tropezás

con la misma cáscara de banana,
ya tenés los pitucones gastados
de tantas caídas,
ya hiciste tu rutina
frente al público,
tu varieté de bajones,
ya imprimiste
una resma de mambitos A4.

Tenés que escapar
de tu Alcatraz mental,
cargar tu valija
con 2 o 3 veranos
y dar la vuelta al mundo
en 80 discos.

Tenés que meter
todos tus dramas
en la Moulinex,
encenderla
y comértelos
de a pedacitos.

Date cuenta que estás vivo
que ese torrente rojo
que te corre por las venas
no es daikiri de frutilla.

Empezá fijándote
en las cosas chiquitas
que hay a tu alrededor,
los detalles son deliciosos,
no te olvides:
que el bosque
no te tape el árbol.

Nicolás Igarzábal

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30 de mayo 2013

El diario a diario

Un señor toma el tranvía después de comprar el diario y ponérselo bajo el brazo.
Media hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazo.

Pero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de plaza.

Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que un muchacho lo ve, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas.

Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego se lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis.

Julio Cortázar